Los tiburones
blancos se caracterizan por su cuerpo fusiforme y gran robustez, en contraste
con las formas aplastadas que suelen lucir otros tiburones. El morro es cónico,
corto y grueso. La boca, muy grande y redondeada, tiene forma de arco.
Permanece siempre entreabierta, dejando ver al menos una hilera de dientes de
la quijada superior y una o dos de la inferior, mientras el agua penetra en
ella y sale continuamente por las branquias. Si este flujo se detuviese, el
tiburón se ahogaría por carecer de opérculos para
regular el paso correcto del agua, y se hundiría en la misma, ya que al no
poseer tampoco vejiga
natatoria se ve condenado a estar en continuo movimiento para
evitarlo.
Los dientes son
grandes, aserrados, de forma triangular y muy anchos. Al contrario que otros
tiburones, no poseen diastema ni
reducción de diente alguno, sino que tienen toda la quijada provista de dientes
alineados e igualmente capaces de aferrar, cortar y desgarrar. Detrás de las
dos hileras de dientes principales, los tiburones blancos tienen dos o tres más
en continuo crecimiento que suplen la frecuente caída de dientes con otros
nuevos y se van reemplazando por nuevas hileras a lo largo de los años. La base
del diente carece de raíz y se encuentra bifurcada, dándole una apariencia
inconfundible en forma de punta de flecha.
Los
orificios nasales (narinas) son muy estrechos, mientras que los ojos son
pequeños, circulares y completamente negros. En los costados se sitúan cinco
hendiduras branquiales, dos aletas pectorales bien desarrolladas y de forma
triangular y otras dos, cerca de la aleta caudal, mucho más pequeñas. La caudal
está muy desarrollada, al igual que la gran aleta dorsal de su lomo, de forma
inconfundible para cualquiera. Otras dos aletas pequeñas (segunda dorsal y
anal) cerca de la cola, completan el aspecto de este animal
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